miércoles, 29 de octubre de 2008

el dibujo de los sueños que se derrumban


Y relatar con dibujos, ¿por qué no?. Una época, hace más de diez años, me dio también por dibujar con el ordenador.

martes, 21 de octubre de 2008

conversación ficticia

CONVERSACIÓN FICTICIA 13/08/98:

-Vives ajeno a la realidad.
-Es que estoy muy lejos.
-Pero no ves ya las cosas tal y como son.
-Es que tengo como nublada la vista.
-Pero es que parece que no pises con los pies en el suelo.
-Es que estoy muerto.
-Pobre de ti, entonces.
-Y pobre de ti, que me aguantas sobre tus espaldas. Bájame, por favor. Bájame.
-No dejaré que te pudras.
-Ya estoy podrido por dentro.
-Pero los gusanos te comerán la piel.
-No te preocupes. No me queda ya carne.
-Pero si aún sigues caliente. Aún respiras.
-Pero no me queda ya nervio.
-Pero aún puedes resarcirte. Puedes resucitar a una vida mejor.
-Es que ya no me quedan sueños.
-Pues cierra los ojos y descansa.
-Y descansa tú también. Bájame. Quiero sentir el calor de la tierra.
-Tienes razón. Te volviste frío.
-Ya te dije que estaba muerto.
-Descansa en paz, pues.
-No conozco esa forma de descansar.
-Pero si me dijiste que se te agotaron los sueños.
-Los sueños, sí, pero no las pesadillas.
-Pobre de ti, entonces.
-Eso mismo digo yo: pobre de mí, entonces.
-Y pobres de los que nos quedamos.
-Y pobres de los que habláis con los muertos.
-Pobres de todos, entonces.
-Entonces, pobres de todos.

martes, 15 de abril de 2008

si tú te mueres

Si tú te hundes ya no nos quedarán sueños que conquistar.
Si tú te acabas se nos apagará la luna, y la luz del sol nos arrasará los ojos.
Si tú te marchas se nos marchitarán las primaveras y los veranos, los otoños y los inviernos.
Si tú te pierdes se nos perderán las esperanzas y las ganas de vivir se esfumarán por el alcantarillado.
Si tú te duermes se nos dormirá la memoria y la rabia contenida no nos dejará soltar el grito.
Si tú te ocultas se nos nublará este cielo, y los días plomizos invadirán la tierra con su plaga de la tristeza.
Si tú te callas nos callaremos todos y nunca jamás volverá a escucharse tu dulce queja.
Si tú te mueres se nos acabarán las lágrimas.
Si tú te hundes, si tú te acabas, si tú te marchas, si tú te pierdes, si tú te duermes, si tú te ocultas, si tú te callas, si tú te mueres, no sé lo que haría yo si tu te mueres.

si llega el otoño

Y si llega el otoño y ves como todo se cae, como las hojas caducas. Que todo se derrumba como un edificio en ruinas. Mal construido desde el principio. Ah, el principio de todas las cosas. Ah, el final insostenible. Ah, el final.
Y si el invierno es tan frío que se congela hasta el hilo de una esperanza. Sí, el futuro nunca será mejor que lo que ya pasó. Porque hubo un día, borrado de cuajo ya de nuestras memorias, en que fuimos felices. Y si la carcoma del tiempo ha roído ya gran parte de nuestros sueños nadie tiene la culpa. Ah, la carcoma. Ah, nuestros sueños.
Y si la primavera que llegará hace florecer el almendro de un amor tan distinto que yo ya no te reconozco en él, perdóname si me como todos sus frutos amargos. Lo siento, amor mío. Siento el daño que te hice durante los últimos días. Los últimos días comienzan siempre desde el principio. Las últimas noches.
Y si la esperanza es como un espejo donde se refleja una bombilla que se va apagando. Primero sufre dos o tres achacones que parecen dejarla sin luz. Más tarde se funden los filamentos y el espejo ya no refleja nada.
Y si la luna es el espejo del sol, y ese sol eres tú y esa luna soy yo, no comprendo porqué a mí se me derrumba ya hasta la noche oscura. Ah, la noche en que dejamos de ser felices. Ah, la noche.
Y si el verano que está por llegar hace que el día se alargue para agrado sólo del sol, bienvenido sea. Y si la noche es cada vez más corta para pesar de la luna, qué más podemos hacer tú y yo. Porque si hubo un tiempo en que los dos pudimos ser felices y lo fuimos, y ahora llega otro en que a uno de nosotros nos va a tocar pasarlo peor, pues qué se le va a hacer. El sol, aunque se trate de esconder tras las nubes siempre dará su luz para el reflejo de la luna. Y si la esperanza es como una bombilla que se refleja en el espejo, y la bombilla se apaga, pues entonces llegará la oscuridad más absoluta. Ah, la oscuridad más absoluta.

los rusos

Rusia era tan diferente a la tierra cálida donde ahora vivía que, en ocasiones, despertaba pensando que estaba viviendo ya la otra vida. “¿Y tenía que ser siempre así?”, se lamentaba. Sí, porque él era consciente de que nunca había sido un Lorca, ni un Dalí, ni siquiera un Chejov con lo que hubiera podido subir escalones hacia un mundo más espiritual, lejos del alcance del resto de los mortales. Sí, porque él no tenía más cerebro del que tenía, ni más neuronas que le dieran imaginación, ni más inteligencia que los demás desgraciados que se consumían a su lado, y... ¿quién había compuesto un mundo que sólo podía ser disfrutado por los que escapaban de él, como los artistas, o por los que aplastaban al prójimo, como los que estaban bien considerados socialmente?.
En Rusia hubo un tiempo en que no fue así; en que unos cuantos creyeron que el mundo podía ser de otra manera si conseguían que se empeñara en ello la mayoría. No tuvieron tampoco suerte. Primero les aplastaron la ilusión, después desterraron sus sueños y los encajonaron entre muros grises y más tarde les olvidaron como humanos y les proporcionaron una pensión para lavar sus conciencias.
A Kostakov aún le gusta hablar, pues, de la guerra, aunque no hay ya un interlocutor válido para un alma enfermiza y castigada. Pero ¿cuál de las guerras?. Aquella guerra silenciosa, aquel discurrir de sueños de boca en boca, y de un campo baldío al campo yermo de al lado. Aquella guerra dialéctica que se fraguaba siempre desde otro sitio. Aquella guerra... Ahora, en su otra vida miserable, ni siquiera entiende lo que le dicen los de alrededor, tal vez como le sucedía antes.
Carminha, en su otra vida, en la de ahora, está siempre a su lado y llora siempre de verlo así, pero a él hace ya tiempo que se le secaron las lágrimas. “Ahora nos toca vivir de esta manera”, le dice con la esperanza, cada vez menos consistente, de que en otro sitio, en un tiempo indefinido, la vida, o lo que sea, pueda ser disfrutada de otro modo menos humillante, o más sosegada. Ahora, entre la tierra cálida, llena de frutales y de fincas parecidas -todas rojas- parece que los ancianos encuentren sosiego entre cuatro paredes en las que no se oye ni una palabra, pero el espíritu revienta por dentro y advierte a cada instante de que se quiere ir. Son los momentos en que a Kostakov un dolor casi dulce le baja por el brazo pero nunca le llega a la mano para poder descansar y después intentarlo de nuevo. Mala suerte.
¿Y porqué tuvo que pensar de pequeño, como le contaba Isbhabel, que la vida era una escalera en que uno iba quemando etapas, para llegar a un sitio donde no había guerra, ni paz, ni hambre, ni mal, sino sólo gente inmaterial que se regía por otros conceptos?. En realidad eso nunca lo entendió bien Kostakov, pero vivía con la esperanza de que si lo hacía bien en aquella vida, al morir podría renacer en otra donde no llegaban los sueños, quizás porque se los habían limitado ya de pequeño. Pero siempre era igual. Siempre era igual para Kostakov porque en este mundo, en el único que recordaba que le había tocado vivir, a uno no le dejaban esmerarse en nada. “Y así no hay quien pase a una vida mejor”, se quejaba a menudo con voz lastimera.
Recuerda también que, en otro tiempo, amaneció un buen día el amor dentro de su corazón. ¡Duró tan poco!. Y ahora Carminha no es ya la mujer que él conoció, porque él no es él, pero su vida sigue siendo igual de insoportable que siempre, mucho más que cualquier dolor. Por eso, de vez en cuando, se desepera porque en su largo caminar no ha podido aprender nada, ni avanzar nada, sino que sigue siendo aquel bebé manejable que miraba a su alrededor sin entender nada y que nunca estaba completamente feliz porque su vida no había sido programada para poder disfrutarla. Por eso, de vez en cuando, cuando oye gemir a Carminha de verlo así, la acaricia con ternura y le dice: “Carminha, no llores. Esto es la vida”.

jueves, 14 de febrero de 2008

el barrio (al barrio de La Coma)

El que no conoce El Barrio, no conoce nada. Allí están los pobres más pobres y los ricos, que son pobres de verdad porque ya no les queda nada por lo que seguir luchando. La vida allí, en el sitio innombrable para la mayoría; donde viven los otros, los que ya no cuentan, los que no deberían siquiera atreverse a estar, transcurre simplemente como alrededor de una fogata. Cuando hay hambre -quien no conoce el hambre no conoce el mundo- el calor alivia el dolor de estómago. Allí, apegados a la lumbre de una hoguera, se habla sobre la vida de afuera con desprecio, como si fuera peor, indeseable. Allí, alrededor del fuego, se purifica el otro de los malos espíritus. Allí, donde nadie cree ni en sí mismo, resulta que se habla de espíritus y de males de ojos.
-Pobre de tí, que no tienes ya nada por lo que luchar...
-Pobre de tí, que no conoces El Barrio.
Un día llegó allí un hombre con un coche blanco. Se acercó a la tienda que no es una tienda, ni un ultramarinos como pone encima de la puerta con pintura negra, chorreante y temblorosa; se acercó a la tienda y le habló a él, al que ya nadie se acerca porque huele mal y siempre habla de la guerra que pasó tantos años atrás y se lo llevó todo, hasta su salud que se conserva a duras penas porque aún hay momentos en los que se acuerda de tomarse las pastillas para los nervios.
-¿Cuánto hace que nos casamos, María?- pregunta él. Y María y su hija, con los brazos cruzados de tanto esperar a que no entre nadie, se miran y ni le contestan. Y el hombre del coche blanco le coge por el hombro y le dice que no pasa nada, y se gira hacia su hija y le pregunta que cúantos años tienes, nena. Y sonríe con la seguridad de que él lo puede todo en ese barrio donde nunca entra la gente del otro lado porque no sería bien recibida.
-Dieciséis.
-Tenemos que hacer un negocio- contesta el hombre.
-Si nosotros sólo queremos vender para que no se nos derrumbe la tienda- dice él.
-Pero es que esta tienda- dice el del coche blanco mientras pasea su mirada de ojos gastados por la sucia estancia donde no hay ni alimentos, ni botes de conservas, ni productos para la limpieza, sino una niña de dieciséis años que ha sufrido lo suficiente como para ser mujer pero que no sueña todavía con salir del barrio. -Es que esta tienda -dice- tiene muchas posibilidades de convertirse en el mejor comercio del Barrio.
-Pobre de tí, que eres ya una mujer y no piensas en salir del Barrio.
-Pobre de tí, que no sueñas.
El fin de semana llegó de madrugada. Era el mismo hombre de afuera, pero el coche era otro. Allí, en El Barrio, a los de fuera se les reconoce pronto. Tienen otro mirar. Otros temas de conversación. Otro futuro.
-Así son los negocios- sonrió nada más llegar a la tienda -hay que aprovechar el mínimo momento en que se nos presenta una oportunidad.
-Mi padre no está- dijo ella.
-Es mejor que estemos solos- contestó él -te he traído unos regalos.
-Ah.
Eran dos muñecos, uno simulando un hombre y el otro a una mujer, y el padre, varios días después, no tenía el pulso suficiente como para poder dibujarlos. Ahora están en una caja que había llegado conteniendo unos cepillos para el pelo. Ahora ya no quedan de ésas, porque en El Barrio hace ya tiempo que no se compran cepillos para peinar el pelo. En El Barrio ya hace tiempo que nadie se compra nada.
Desde entonces ya no ha dejado de visitarles.
-Algún día se la llevará, seguro- advierte él con las pocas luces que le quedan por fundirse mientras tartamudea sin recordar lo que iba a comentar después. Y su mujer, también enferma, le asegura que no, que a su hija no hay quien la mueva, que alguien tendrá que hacerse cargo de la tienda cuando falten ellos dos, que será algún día. Pero los dos saben que no es verdad. Que la tienda no hay quien la soporte sobre sus hombros y que ella lo dice simplemente porque sabe que él está enfermo de los nervios y que ella también de la desesperanza del que nunca ha podido esperar nada. Y eso se nota. Eso se nota porque ella le dice que seguro que a su hija no se la llevarán y después le recuerda que se tiene que tomar las pastillas, que se lo dijo el médico. Y él se acuesta en la cama y no tiene ni siquiera un cerebro que sueñe por él y le diga que en la guerra, al fin y al cabo, no se perdieron tantas cosas.
-Pobre de tí, que no sueñas.
-Pobre de mí, que no puedo hacer nada porque puedas dormir con el estómago sereno.
-Pobre de mí, que siempre seré mirado como uno de los de afuera.
Allí, en El Barrio.