martes, 15 de abril de 2008

si tú te mueres

Si tú te hundes ya no nos quedarán sueños que conquistar.
Si tú te acabas se nos apagará la luna, y la luz del sol nos arrasará los ojos.
Si tú te marchas se nos marchitarán las primaveras y los veranos, los otoños y los inviernos.
Si tú te pierdes se nos perderán las esperanzas y las ganas de vivir se esfumarán por el alcantarillado.
Si tú te duermes se nos dormirá la memoria y la rabia contenida no nos dejará soltar el grito.
Si tú te ocultas se nos nublará este cielo, y los días plomizos invadirán la tierra con su plaga de la tristeza.
Si tú te callas nos callaremos todos y nunca jamás volverá a escucharse tu dulce queja.
Si tú te mueres se nos acabarán las lágrimas.
Si tú te hundes, si tú te acabas, si tú te marchas, si tú te pierdes, si tú te duermes, si tú te ocultas, si tú te callas, si tú te mueres, no sé lo que haría yo si tu te mueres.

si llega el otoño

Y si llega el otoño y ves como todo se cae, como las hojas caducas. Que todo se derrumba como un edificio en ruinas. Mal construido desde el principio. Ah, el principio de todas las cosas. Ah, el final insostenible. Ah, el final.
Y si el invierno es tan frío que se congela hasta el hilo de una esperanza. Sí, el futuro nunca será mejor que lo que ya pasó. Porque hubo un día, borrado de cuajo ya de nuestras memorias, en que fuimos felices. Y si la carcoma del tiempo ha roído ya gran parte de nuestros sueños nadie tiene la culpa. Ah, la carcoma. Ah, nuestros sueños.
Y si la primavera que llegará hace florecer el almendro de un amor tan distinto que yo ya no te reconozco en él, perdóname si me como todos sus frutos amargos. Lo siento, amor mío. Siento el daño que te hice durante los últimos días. Los últimos días comienzan siempre desde el principio. Las últimas noches.
Y si la esperanza es como un espejo donde se refleja una bombilla que se va apagando. Primero sufre dos o tres achacones que parecen dejarla sin luz. Más tarde se funden los filamentos y el espejo ya no refleja nada.
Y si la luna es el espejo del sol, y ese sol eres tú y esa luna soy yo, no comprendo porqué a mí se me derrumba ya hasta la noche oscura. Ah, la noche en que dejamos de ser felices. Ah, la noche.
Y si el verano que está por llegar hace que el día se alargue para agrado sólo del sol, bienvenido sea. Y si la noche es cada vez más corta para pesar de la luna, qué más podemos hacer tú y yo. Porque si hubo un tiempo en que los dos pudimos ser felices y lo fuimos, y ahora llega otro en que a uno de nosotros nos va a tocar pasarlo peor, pues qué se le va a hacer. El sol, aunque se trate de esconder tras las nubes siempre dará su luz para el reflejo de la luna. Y si la esperanza es como una bombilla que se refleja en el espejo, y la bombilla se apaga, pues entonces llegará la oscuridad más absoluta. Ah, la oscuridad más absoluta.

los rusos

Rusia era tan diferente a la tierra cálida donde ahora vivía que, en ocasiones, despertaba pensando que estaba viviendo ya la otra vida. “¿Y tenía que ser siempre así?”, se lamentaba. Sí, porque él era consciente de que nunca había sido un Lorca, ni un Dalí, ni siquiera un Chejov con lo que hubiera podido subir escalones hacia un mundo más espiritual, lejos del alcance del resto de los mortales. Sí, porque él no tenía más cerebro del que tenía, ni más neuronas que le dieran imaginación, ni más inteligencia que los demás desgraciados que se consumían a su lado, y... ¿quién había compuesto un mundo que sólo podía ser disfrutado por los que escapaban de él, como los artistas, o por los que aplastaban al prójimo, como los que estaban bien considerados socialmente?.
En Rusia hubo un tiempo en que no fue así; en que unos cuantos creyeron que el mundo podía ser de otra manera si conseguían que se empeñara en ello la mayoría. No tuvieron tampoco suerte. Primero les aplastaron la ilusión, después desterraron sus sueños y los encajonaron entre muros grises y más tarde les olvidaron como humanos y les proporcionaron una pensión para lavar sus conciencias.
A Kostakov aún le gusta hablar, pues, de la guerra, aunque no hay ya un interlocutor válido para un alma enfermiza y castigada. Pero ¿cuál de las guerras?. Aquella guerra silenciosa, aquel discurrir de sueños de boca en boca, y de un campo baldío al campo yermo de al lado. Aquella guerra dialéctica que se fraguaba siempre desde otro sitio. Aquella guerra... Ahora, en su otra vida miserable, ni siquiera entiende lo que le dicen los de alrededor, tal vez como le sucedía antes.
Carminha, en su otra vida, en la de ahora, está siempre a su lado y llora siempre de verlo así, pero a él hace ya tiempo que se le secaron las lágrimas. “Ahora nos toca vivir de esta manera”, le dice con la esperanza, cada vez menos consistente, de que en otro sitio, en un tiempo indefinido, la vida, o lo que sea, pueda ser disfrutada de otro modo menos humillante, o más sosegada. Ahora, entre la tierra cálida, llena de frutales y de fincas parecidas -todas rojas- parece que los ancianos encuentren sosiego entre cuatro paredes en las que no se oye ni una palabra, pero el espíritu revienta por dentro y advierte a cada instante de que se quiere ir. Son los momentos en que a Kostakov un dolor casi dulce le baja por el brazo pero nunca le llega a la mano para poder descansar y después intentarlo de nuevo. Mala suerte.
¿Y porqué tuvo que pensar de pequeño, como le contaba Isbhabel, que la vida era una escalera en que uno iba quemando etapas, para llegar a un sitio donde no había guerra, ni paz, ni hambre, ni mal, sino sólo gente inmaterial que se regía por otros conceptos?. En realidad eso nunca lo entendió bien Kostakov, pero vivía con la esperanza de que si lo hacía bien en aquella vida, al morir podría renacer en otra donde no llegaban los sueños, quizás porque se los habían limitado ya de pequeño. Pero siempre era igual. Siempre era igual para Kostakov porque en este mundo, en el único que recordaba que le había tocado vivir, a uno no le dejaban esmerarse en nada. “Y así no hay quien pase a una vida mejor”, se quejaba a menudo con voz lastimera.
Recuerda también que, en otro tiempo, amaneció un buen día el amor dentro de su corazón. ¡Duró tan poco!. Y ahora Carminha no es ya la mujer que él conoció, porque él no es él, pero su vida sigue siendo igual de insoportable que siempre, mucho más que cualquier dolor. Por eso, de vez en cuando, se desepera porque en su largo caminar no ha podido aprender nada, ni avanzar nada, sino que sigue siendo aquel bebé manejable que miraba a su alrededor sin entender nada y que nunca estaba completamente feliz porque su vida no había sido programada para poder disfrutarla. Por eso, de vez en cuando, cuando oye gemir a Carminha de verlo así, la acaricia con ternura y le dice: “Carminha, no llores. Esto es la vida”.